Elijo el júbilo de Dios en lugar del dolor.
1. El dolor es una perspectiva errónea. Cuando se experimenta en cualquier forma que sea, es señal de que nos hemos engañado a nosotros mismos. El dolor no es un hecho en absoluto. Sea cual sea la forma que adopte, desaparece una vez que se percibe correctamente. Pues el dolor proclama que Dios es cruel. ¿Cómo podría entonces ser real en cualquiera de las formas que adopta? El dolor da testimonio del odio que Dios el Padre le tiene a Su Hijo, de la pecaminosidad que ve en él y de Su demente deseo de venganza y de muerte.
2. ¿Es posible acaso dar fe de semejantes proyecciones? ¿Qué podrían ser sino falsedades? El dolor no es sino un testigo de los errores del Hijo con respecto a lo que él cree ser. Es un sueño de una encarnizada represalia por un crimen que no pudo haberse cometido; por un ataque contra lo que es completamente inexpugnable. Es una pesadilla en la que hemos sido abandonados por el Amor Eterno, el cual jamás habría podido abandonar al Hijo que creó como fruto de Su Amor.
3. El dolor es señal de que las ilusiones reinan en lugar de la verdad. Demuestra que Dios ha sido negado, confundido con el miedo, percibido como demente y considerado como un traidor a Sí Mismo. Si Dios es real, el dolor no existe. Mas si el dolor es real, entonces es Dios Quien no existe. Pues la venganza no forma parte del amor. Y el miedo, negando el amor y valiéndose del dolor para probar que Dios está muerto, ha demostrado que la muerte ha triunfado sobre la vida. El cuerpo es el Hijo de Dios, corruptible en la muerte y tan mortal como el Padre al que ha asesinado.
4. ¡Que la paz ponga fin a semejantes necedades! Ha llegado el momento de reírse de ideas tan absurdas. No es necesario pensar en ellas como si fuesen crímenes atroces o pecados secretos de graves consecuencias. ¿Quién sino un loco podría pensar que son la causa de algo? Su testigo, el dolor, es tan demente como ellas, y no se debe tener más miedo de él que de las dementes ilusiones a las que ampara, y que trata de demostrar que no pueden sino seguir siendo verdad.
5. Son únicamente tus pensamientos los que te causan dolor. Nada externo a tu mente puede herirte o hacerte daño en modo alguno. No hay causa más allá de ti mismo que pueda abatirse sobre ti y oprimirte. Nadie, excepto tú mismo, puede afectarte. No hay nada en el mundo capaz de hacerte enfermar, de entristecerte o de debilitarte. Eres tú el que tiene el poder de dominar todas las cosas que ves reconociendo simplemente lo que eres. Conforme percibas su inocuidad, ellas aceptarán como suya tu santa voluntad. Y lo que antes inspiraba miedo se convierte ahora en una fuente de inocencia y santidad.
6. Santo hermano mío, piensa en esto por un momento: el mundo que ves no hace nada. No tiene efectos. No es otra cosa que la representación de tus pensamientos. Y será completamente distinto cuando elijas cambiar de parecer y decidas que lo que realmente deseas es el júbilo de Dios. Tu Ser se alza radiante en este santo júbilo, inalterado e inalterable por siempre jamás. ¿Le negarías a un pequeño rincón de tu mente su propia herencia y lo conservarías como hospital para el dolor, como un lugar enfermizo a donde toda cosa viviente tiene que venir finalmente a morir?
7. Tal vez parezca que el mundo te causa dolor. Sin embargo, al no tener causa, no tiene el poder de ser la causa de nada. Al ser un efecto, no puede producir efectos. Al ser una ilusión, es lo que tú deseas que sea. Tus vanos deseos constituyen sus pesares. Tus extraños anhelos dan lugar a sus sueños de maldad. Tus pensamientos de muerte lo envuelven con miedo, mientras que en tu benévolo perdón halla vida.
8. El dolor es la forma en que se manifiesta el pensamiento del mal, causando estragos en tu mente santa. El dolor es el rescate que gustosamente has pagado para no ser libre. En el dolor se le niega a Dios el Hijo que Él ama. En el dolor el miedo parece triunfar sobre el amor, y el tiempo reemplazar a la eternidad y al Cielo. Y el mundo se convierte en un lugar amargo y cruel, donde reina el pesar y donde los pequeños gozos sucumben ante la embestida del dolor salvaje que aguarda para trocar toda alegría en sufrimiento.
9. Rinde tus armas, y ven sin defensas al sereno lugar donde por fin la paz del Cielo envuelve todas las cosas en la quietud. Abandona todo pensamiento de miedo y de peligro. No permitas que el ataque entre contigo. Depón la cruel espada del juicio que apuntas contra tu propio cuello, y deja a un lado las devastadoras acometidas con las que procuras ocultar tu santidad.
10. Así entenderás que el dolor no existe. Así el júbilo de Dios se vuelve tuyo. Éste es el día en que te es dado comprender plenamente la lección que encierra dentro de sí todo el poder de la salvación: el dolor es una ilusión; el júbilo es real. El dolor es dormir; el júbilo, despertar. El dolor es un engaño; y sólo el júbilo es verdad.
11. Por lo tanto, volvemos nuevamente a optar por la única alternativa que jamás se puede elegir, ya que sólo elegimos entre las ilusiones y la verdad, entre el dolor y el júbilo, entre el Cielo y el infierno. Que la gratitud hacia nuestro Maestro invada nuestros corazones, pues somos libres de elegir nuestro júbilo en vez de dolor, nuestra santidad en vez de pecado, la paz de Dios en vez de conflicto y la luz del Cielo en lugar de las tinieblas del mundo.
Audio texto Lección 190 Maya Lacuara
Material de apoyo por Jorge Pellicer Lección 190
Ayuda para las lección 190 de Robert Perry y Allen Watson
Elijo el júbilo de Dios en lugar del dolor.
Instrucciones para la práctica
Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora, Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche, recordatorios cada hora, Respuesta a la tentación. Ver la Lección 153.
Propósito: Abandonar la idea de que el mundo te causa dolor, y sentir la alegría que está más allá del mundo. Esto intensificará tu motivación y fortalecerá tu compromiso.
Tiempo de quietud por la mañana/ noche: Por lo menos cinco minutos; lo ideal es treinta minutos o más.
Abandonar todos los pensamientos de ataque, de juicio, de peligro y miedo, y sumergirte en el lugar tranquilo y silencioso de la paz del Cielo. Aquí entenderás que lo que te pertenece es el gozo de Dios, en lugar del dolor.
Abandonar todos los pensamientos de ataque, de juicio, de peligro y miedo, y sumergirte en el lugar tranquilo y silencioso de la paz del Cielo. Aquí entenderás que lo que te pertenece es el gozo de Dios, en lugar del dolor.
Recordatorios cada hora: Uno o dos minutos, a la hora en punto, (menos si las circunstancias no lo permiten).
Respuesta a la tentación: (Sugerencia) Cada vez que te sientas tentado a pensar que el mundo es la causa de tu sufrimiento, o que creas en alguna forma de peligro y de ataque, elige el gozo de Dios en lugar del dolor.
Comentario
Ésta es una lección que se resiste. Nos enfrenta a otro de esos obstáculos de los que hemos estado hablando: la aparente realidad del dolor. Como muy claramente afirma la lección, el dolor parece ser la prueba de “una pesadilla en la que hemos sido abandonados por el Amor Eterno” (2:5). “El dolor da testimonio del odio que Dios el Padre le tiene a Su Hijo… ” (1:7).
Todo el que ha padecido un dolor serio sabe de lo que esto está hablando. Todo el que ha tenido a un ser querido que ha soportado un dolor constante y profundo, conoce la pregunta que surge en la mente: ¿Cómo puede permitir Dios que suceda esto, si Él es Amor?” Incluso las formas más leves de dolor cuentan la misma historia, hacen la misma pregunta.
No voy a aparentar que yo he logrado eliminar por completo este obstáculo de mi mente. Me resulta difícil escribir sobre esta lección porque reconozco que una parte muy presente de mí todavía ve el dolor como real, en lugar de cómo una ilusión. Sin embargo, sí creo que lo que la lección es verdad. Elijo creerlo, y quiero creerlo. Así que no me veo en conflicto respecto a este tema. Estoy aprendiendo, cada vez más, a mirar a mis miedos a la cara, y reconocer que todavía creo en gran parte que el dolor es real. Y si esta lección es verdad, esto debe significar que parte de mí cree que Dios no existe (3:3-4), que lo imposible ha sucedido, y que el Amor eterno me ha abandonado. Si he leído el Texto con lucidez, esto no es nada nuevo para mí.
Entonces, ¿qué? ¿Necesito revolcarme en la culpa porque mi mente no ha cambiado completamente? Por supuesto que no.
Ha llegado el momento de reírse de ideas tan absurdas. No es necesario pensar en ellas como si fuesen crímenes atroces o pecados secretos de graves consecuencias”. (4:2-3)
Si el modo de recordar el Amor de Dios es mirar sin juzgar ni condenar mi negación de Dios, entonces estas “ideas absurdas” en mi mente es una parte necesaria del proceso, y una señal de progreso, no un retroceso. Y la cura no es la culpa, sino ¡la risa!
Básicamente, tenemos dos elecciones respecto al dolor. O bien está causado por algo de fuera de nosotros, lo que a la larga significa que somos inocentes sufriendo a manos de un Dios enfadado (o que Dios no existe y estamos sometidos a un destino ciego), o que el dolor me lo causo yo mismo con mis propios pensamientos. Si lo primero es verdad, no tengo esperanza de escapatoria. Si lo último es verdad, puedo escaparme cambiando mis pensamientos. ¡Prefiero creer esto último! Aunque esté equivocado, ¿qué puedo perder?
La postura del Curso es clarísima:
Son únicamente tus pensamientos los que te causan dolor. Nada externo a tu mente puede herirte o hacerte daño en modo alguno… Nadie, excepto tú mismo, puede afectarte. (5:1-2,4)
Se necesita práctica para aprender a utilizar estos pensamientos sin culpa. Somos responsables, pero no culpables; el Curso es también muy claro acerca de esto. También se necesita práctica, quizá más todavía, cuando te relacionas con alguien que está en dolor. ¡Que Dios nos perdone si utilizamos este razonamiento para hacer que alguien se sienta culpable por su sufrimiento! El Curso es también muy claro en que si todavía no podemos aceptar esto completamente, si nuestro nivel de miedo es todavía demasiado grande para confiar únicamente en la mente para aliviar el dolor, se necesita un enfoque que lo apacigüe. Intentar abandonar la medicación, por ejemplo, cuando ello hace que aumente nuestro miedo, es contraproducente (ver T.2.IV.3-5 y T.2.V.2). Sanar es liberarse del miedo, lo que aumenta el miedo no puede ser sanación.
Que aprenda a aplicar cada vez más esta lección en modos que mi nivel de miedo pueda tolerar. Que me dé cuenta, por ejemplo, de que la persona que me corta el tráfico no me ha herido, sólo mis pensamientos sobre ello pueden hacerme daño. Que me dé cuenta de que la persona que parece rechazar mi amor no me ha causado ningún daño, únicamente mis pensamientos sobre ello pueden hacerme daño. Que practique con el dolor físico lo mejor que pueda; si tengo dolor de cabeza, malestar de estómago o resfriado, que me dé cuenta de que mis pensamientos son la causa, no algo que esté fuera de mi mente. Que me dé cuenta de que si tomo medicación, estoy tapando los síntomas, no curando el problema, y que le dé igual atención a la sanación de mi mente. Si siento un dolor más agudo o crónico, que niegue lo que parece demostrar (la ira o la no existencia de Dios), que me ría de la idea de que Dios está enfadado, y que me dé cuenta de que mi mente sólo me está mostrando que mi mente está equivocada con respecto a lo que yo creo ser (2:3). Que no me concentre en hacer que el dolor desaparezca sino en sanar el pensamiento que lo produce. Usar la “magia” (medios físicos) para aliviar el dolor mientras me dedico a controlar mi mente es lo sensato, y libera a mi mente para hacer lo que necesita hacer.
Y que busque a menudo el instante santo, para venir “sin defensas al sereno lugar donde por fin la paz del Cielo envuelve todas las cosas en la quietud” (9:1). Que sienta el Amor de Dios dentro de mí, y deje a un lado la cruel espada del juicio que apunto contra mi propio cuello (9:4), aunque sólo sea por un momento. Puedo decir que yo lo he experimentado, que he visto desaparecer el dolor durante el instante santo tanto en mí mismo como en un amigo que padecía dolor crónico. Estos instantes santos pueden prepararnos para experimentar una más profunda y duradera liberación de todo dolor, y liberar la alegría que ha estado acallada por nuestro dolor.
El dolor es una ilusión; el júbilo es real. El dolor es dormir; el júbilo, despertar. El dolor es un engaño; y sólo el júbilo es verdad. (10:3-6)

