Dios está conmigo. Vivo y me muevo en Él.
1. Dios está conmigo. Él es mi Fuente de vida, la vida interior, el aire que respiro, el alimento que me sustenta y el agua que me renueva y me purifica. 3Él es mi hogar, en el que vivo y me muevo; el Espíritu que dirige todos mis actos, me ofrece Sus Pen­samientos y garantiza mi perfecta inmunidad contra todo dolor. Él me prodiga bondad y cuidado, y contempla con amor al Hijo sobre el que resplandece, el cual a su vez resplandece sobre Él. ¡Qué serenidad la de aquel que conoce la verdad de lo que Él dice hoy!
2. Padre, no tenemos en nuestros labios ni en nuestras mentes otras palabras que Tu Nombre, cuando acudimos silenciosamente ante Tu Presencia, pidiendo que se nos conceda poder descansar Contigo por un rato en paz.
Audio texto Lección 222 Maya Lacuara
Material de apoyo por Jorge Pellicer Lección 221-230, Que es el Perdón?
Ayuda para las lección 222 de  Robert Perry  y Allen Watson
Dios está conmigo. Vivo y me muevo en Él.
Instrucciones:
Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica  de este libro.
Comentario
De nuevo se nos lleva a la Presencia de Dios, sin palabras, en silencio y quietud. Somos conscientes únicamente de Dios, con Su Nombre en nuestros labios.
¿Qué significa “vivo y me muevo en Dios”? Éste es el mensaje que el Apóstol Pablo llevó a los Atenienses, hablando del “dios desconocido”, y diciendo: “en Él vivimos, y nos movemos y tenemos nuestro ser” (Hechos de los A. 17:16-28). La lección habla de la Presencia de Dios en todos y en todo, que Dios está en todas partes y “en todo momento”. En hermosas imágenes, la lección saca nuestros pensamientos a la Presencia que todo lo llena, que nunca está separada de nosotros, “más cerca que mi propia respiración, y más cerca que mis manos y pies”, como escribió Tennyson.
Esto son imágenes y no literal (en mi opinión). Si el mundo es una ilusión, como dice a menudo el Curso, Dios no es literalmente “el agua que me renueva y me purifica” (1:2). Esto está hablando de nuestra realidad espiritual, donde realmente estamos. Dios es la realidad de todas las cosas que buscamos en el mundo para alimento y sustento, Dios es la verdadera Fuente de nuestra vida. Pensamos que vivimos en el mundo, pero vivimos en Dios. Pensamos que nuestro cuerpo contiene nuestra vida, pero Él es nuestra vida. Pensamos que respiramos aire, pero Le respiramos a Él. Dios es nuestro verdadero alimento y nuestra verdadera bebida, nuestro verdadero Hogar. No vivimos ni nos movemos en el mundo, vivimos y nos movemos en Dios.
Leer esta lección en voz alta es un ejercicio excelente. O convertir la primera parte en una oración: “Tú eres mi Fuente de vida... Tú eres mi hogar”. Usa estas palabras al comienzo de tu periodo de práctica para poner tu mente en un estado de consciencia de estar lleno de Dios y dentro de Él, protegido por su amoroso cuidado. Luego, aquiétate, y entra dentro de esa Presencia, para descansar con Él en paz durante un rato.
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¿Qué es el perdón?  (Parte 2)
L.pII.1.1:2-7
Dice: “El perdón no perdona pecados, otorgándoles así realidad. Simplemente ve que no hubo pecado” (1:2-3).
Ésta es la distinción entre el verdadero perdón y el falso perdón, que La Canción de la Oración llama “perdón-para-destruir” (Canción2:1-2). Hay una gran diferencia entre ver pecado en alguien y luchar para pasarlo por alto o contener el deseo de castigarle, y ver no un pecado sino un error y una petición de ayuda de un Hijo de Dios confundido, y de manera natural responder con amor. Cuando el Espíritu Santo nos permite ver el “pecado” de otro de esta manera, de repente podemos ver nuestros propios”pecados” en esa misma luz. En lugar de intentar justificar nuestros propios errores, podemos admitir que son errores y abandonarlos sin culpa.
El pecado es simplemente “una idea falsa acerca del Hijo de Dios” (1:5). Es una falsa evaluación de uno mismo proyectada sobre todos a nuestro alrededor. Es la creencia de que verdaderamente estamos separados, de que somos los agresores del Amor de Dios en nuestra separación, y vemos agresores por todas partes.
Aquí (1:6-7) el perdón se ve en tres pasos. Primero, vemos la falsedad de la idea del pecado. Reconocemos que no ha habido pecado, el Hijo de Dios (en el otro o en nosotros) sigue siendo el Hijo de Dios, y no un demonio. Se ha equivocado, pero no ha pecado. Segundo, siguiendo de cerca al primer paso y como consecuencia de él, abandonamos la idea de pecado. Renunciamos a ella. Abandonamos nuestras quejas, renunciamos a nuestros pensamientos de ataque. Sólo el primer paso depende de nuestra elección, el segundo paso resultado del primero. Cuando ya no vemos más el ataque, ¿qué razón hay para castigar con un contraataque?
El tercer paso es cosa de Dios. Algo viene a ocupar el lugar del pecado, la Voluntad de Dios es libre para fluir a través de nosotros sin que nuestras ilusiones se lo impidan, y el Amor sigue su curso natural. En esto experimentamos nuestro verdadero Ser, la extensión del propio Amor de Dios.
Todo lo que necesitamos hacer, si se le puede llamar hacer, es estar dispuesto a ver algo distinto al ataque, algo distinto al pecado. Necesitamos estar dispuestos a admitir que nuestra percepción del pecado es falsa. Cuando lo hagamos, el Espíritu Santo compartirá con nosotros Su percepción. Él sabe cómo perdonar, nosotros no lo sabemos. Nuestro papel consiste simplemente en pedirle que Él nos enseñe. Él hace el resto, y todo sucede como resultado de ese estar dispuestos.

Si el mundo es un lugar tan terrible y deprimente, lógicamente podríamos decir que encontrar la paz es abandonar el mundo. Morir. Salir de este cuerpo. Pero no es eso lo que dice esta lección. Se nos dice que “se empieza a tener paz en él cuando se le per­cibe de otra manera” (8:2). Fíjate en que: la paz empieza dentro del mundo. Empieza con una nueva percepción del mundo, no como una prisión sino como un aula de aprendizaje. A partir de aquí, el camino a la paz nos conducirá a “las puertas del Cielo y lo que yace tras ellas” (8:2). Pero tiene que empezar aquí.
Con conmovedoras imágenes de un camino “alfombrado con las hojas de los falsos deseos” podemos vernos a nosotros mismos elevando nuestros ojos de “los árboles de la desesperanza” a las puertas del Cielo (10:3). Queremos la paz de Dios, y nada más que la paz de Dios. En los instantes santos de que disfrutamos en nuestra práctica de hoy, reconocemos la paz que hemos estado buscando, y “sentir como su tierno abrazo envuelve tu corazón y tu mente con consuelo y amor” (10:6).
Las frases finales, que se nos dan para la práctica, resumen toda la lección. La mayoría de nosotros, enfrentados con el pensamiento de que no hay más paz que la paz de Dios, todavía no respondemos con alegría y agradecimiento. El mensaje de que “no hay ninguna esperanza de encon­trar respuesta alguna en el mundo” (T.31.IV.4:3), parece una píldora dura y amarga de tragar. En lugar de alegría, sentimos tristeza y algo de resentimiento. Con añoranza nos aferramos a nuestras vanas esperanzas de que los ídolos de este mundo todavía nos darán satisfacción de alguna manera. Queremos que lo hagan. Únicamente cuando hayamos aprendido a renunciar a ellos con alegría y agradecimiento, estaremos libres finalmente de su dominio sobre nosotros.
Que en mis prácticas de hoy busque encontrar esa alegría y agradecimiento dentro de mí mismo.  El Cristo en mí quiere “regresar a casa” (4:1). Hay una parte de mí que da un suspiro de alivio cuando empiezo a comprender que el mundo no puede satisfacerme y que me susurra: “¡Por fin! Por fin estás empezando a abandonar la fuente de tu dolor. ¡Gracias!” Que entre en contacto con esa parte de mi mente que pertenece al Cielo y que sabe que no pertenece a este mundo, es la única parte que en realidad existe. Cuanto más entro en contacto con ella, antes conoceré la paz que es mi herencia natural.
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