Hoy le doy mi vida a Dios para que Él la guíe.
1. Padre, hoy te entrego todos mis pensamientos. No quiero quedarme con ninguno de ellos. En su lugar, dame los Tuyos. Te entrego asimismo todos mis actos, de manera que pueda hacer Tu Voluntad en lugar de ir en pos de metas inalcanzables y perder el tiempo en vanas imaginaciones. Hoy vengo a Ti. Me haré a un lado y simplemente Te seguiré. Sé Tú el Guía hoy, y yo el seguidor que no duda de la sabiduría de lo Infinito, ni del Amor cuya ternura no puedo comprender, pero que es, sin embargo, el perfecto regalo que Tú me haces.
2. Hoy nos dirige un solo Guía. Y mientras caminamos juntos le entregamos este día sin reserva alguna. Éste es Su día. Y por eso es un día de incontables dones y de infinitas mercedes para nosotros.
Audio texto Lección 233 Maya Lacuara
Material de apoyo por Jorge Pellicer Lección 231-240, Que es la salvación?
Ayuda para las lección 233 de  Robert Perry  y Allen Watson
Hoy le doy mi vida a Dios para que Él la guíe.
Instrucciones:
Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica  de este libro.
Comentario
Cuando me despierto, Dios está en mi mente; Su Presencia está conmigo y en mi consciencia. Su Amor, y el gozo y la paz de saber que Dios está conmigo, tienen prioridad por encima de cualquier otra cosa. Surgen las molestias físicas y las preocupaciones acerca de organizar el día, pero nada de esto desplaza a la paz de Dios; es mi base, mis cimientos, y lo más importante. Es una consciencia constante, como el sonido de fondo del aire acondicionado, siempre aquí, a menudo sin notarse, pero listo para ser notado en cualquier momento en que Le preste atención.
“Que cada minuto sea una oportunidad más de estar Contigo” (1:2). ¡Éste es mi deseo! Estar con Dios cada minuto del día. Me recuerda al Nuevo Testamento, Juan 15: “Mora en mí, y yo en Ti”. O la expresión de esa misma idea del Antiguo Testamento: “El Dios eterno es tu refugio, y debajo están los brazos eternos” (Deut.33.27). Que hoy recuerde cada hora decir: “Gracias por estar conmigo hoy. Gracias por estar siempre conmigo”. 
Y al llegar la noche, que todos mis pensamientos sigan siendo acerca de Ti y de Tu Amor. Y que duerma en la confianza de que estoy a salvo, seguro de Tu cuidado y felizmente consciente de que soy Tu Hijo.   (1:4-5)
Seguro de estar a salvo. Por lo tanto, libre de todo miedo. La mayor parte de nuestra vida está dirigida por miedos de varias clases, el miedo dirige al ego. La paz es la ausencia de miedo. Y puesto que el miedo es la ausencia de amor, la paz y el amor van siempre juntos. Cuando estoy amando, estoy en paz. Cuando estoy en paz, estoy amando. Cuando estoy seguro de estar a salvo, conociendo la Presencia de Dios conmigo en cada momento, estoy en paz y el amor fluye a través de mí.
 
“Así es como debería ser cada día” (2:1). Éste es el propósito de la vida en este mundo: vivir cada día con Dios en mi mente. Despertar en Su Presencia, caminar en Su Amor radiante, y dormir bajo Su cuidado y protección. Vivir de tal manera que Su Presencia se convierta en lo primero de todo, y que la agitación y el ruido de este mundo queden en segundo plano.
¿Cómo es el día para alguien que ha aprendido lo que enseña el Curso? Sencillamente esto: Practicar constantemente el final del miedo. Caminar con fe en Aquel Que es mi Padre, confiándole a Él todas las cosas, y no desanimarme en nada porque yo soy Su Hijo (párrafo 2).


¿Qué es la salvación?  (Parte 3)
El Pensamiento de la paz que es nuestra salvación “le fue dado al Hijo en el mismo ins­tante en que su mente concibió el pensamiento de la guerra” (2:1). No transcurrió ningún tiempo entre el pensamiento de la guerra y el Pensamiento de la paz. La salvación se dio en el mismo instante en que surgió la necesidad. El Texto nos ofrece una imagen preciosa de esto, que dice: “No se perdió ni una sola nota del himno celestial” (T.26.V.5:4). La paz del Cielo no se vio alterada en absoluto. Y habiéndose contestado, el problema se resolvió para todo el tiempo y por toda la eternidad, en aquel instante de la eternidad.
Sin embargo, nuestro descubrimiento de la salvación necesita tiempo. O por lo menos así parece. Una semejanza: Imagínate que de repente, por una razón desconocida hasta ahora, te ves con la carga de pagar unos impuestos de hacienda de 10.000 euros, pero en ese mismo instante alguien deposita un millón de euros en tu cuenta corriente. Podrías pasar un montón de tiempo intentando conseguir el dinero que necesitas si no sabes que lo tienes en tu cuenta corriente, pero en realidad no tienes que hacer nada porque el problema ya está resuelto. Entonces, todo lo que necesitas hacer es dejar de intentar solucionar el problema y aprender que ya se ha solucionado.
Antes de que surgiese el pensamiento de la separación (o de la guerra), no había necesidad del “Pensamiento de la paz”. La paz simplemente existía, sin opuestos. Así que podría decirse que el problema creó su propia solución. Antes del problema, no había solución porque no había necesidad de solución. Pero cuando surgió el problema, la solución ya estaba allí. “Una mente dividida, no obstante, tiene necesidad de curación” (2:3). El pensamiento de separación es lo que hace necesario el pensamiento de sanación, pero cuando se acepta la sanación, o cuando se abandona el pensamiento de separación, ya no es necesaria la sanación. La sanación es un remedio temporal (relacionado con el tiempo). En el Cielo no hay necesidad de sanación.
Como el Curso dice acerca del perdón, debido a que hay una ilusión de necesidad, se necesita una ilusión de respuesta o solución. Pero esa “respuesta” es la simple aceptación de lo que siempre ha sido verdad, y siempre lo será. La paz simplemente existe, y la salvación consiste en nuestra aceptación de ese hecho. Tal como el Curso la ve, la salvación no es una respuesta divina activa a una necesidad real. En lugar de ello, es una aparente respuesta a un problema que no existe en la realidad.
Por eso el Curso le llama a nuestro camino espiritual “un viaje sin distancia” (T.8VI.9:7) y ciertamente “una jornada que nunca comenzó” (L.225.2:5). Mientras estamos en él, el viaje parece muy real, y a menudo muy largo. Cuando termine, sabremos que nunca abandonamos el Cielo, nunca fuimos a ninguna parte, y siempre hemos estado donde estamos: en el Hogar en Dios. El viaje en sí mismo es imaginario. Consiste en aprender poco a poco que la distancia que percibimos entre nosotros y Dios no existe realmente.
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