Hoy no juzgaré nada de lo que ocurra.
1. Hoy seré honesto conmigo mismo. No pensaré que ya sé lo que no puede sino estar más allá de mi presente entendimiento. No pensaré que entiendo la totalidad basándome en unos cuantos fragmentos de mi percepción, que es lo único que puedo ver. Hoy reconozco esto. Y así quedo eximido de tener que emitir juicios que en realidad no puedo hacer. De esta manera, me libero a mí mismo y a todo lo que veo, de modo que pueda estar en paz tal como Dios nos creó.
2. Padre, hoy dejo que la creación sea lo que es. Honro todos sus aspectos, entre los que me cuento. Somos uno porque cada aspecto alberga Tu recuerdo, y la verdad sólo puede derramar su luz sobre todos nosotros cual uno solo.
Audio texto Lección 243 Maya Lacuara
Material de apoyo por Jorge Pellicer Lección 221-230, Que es el Perdón?
Ayuda para las lección 243 de  Robert Perry  y Allen Watson
Hoy no juzgaré nada de lo que ocurra.
Instrucciones:
Ver las instrucciones para la práctica en las instrucciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios, o en la Tarjeta de Práctica  de este libro.
Comentario
Intentar la práctica de hoy me mostrará que mi mente está juzgando constantemente.  Por supuesto, el objetivo final es abandonar todo juicio y permitir al Espíritu Santo que juzgue por nosotros. Abandonar todo juicio es un factor muy importante para dejar el ego de lado: “El ego no puede sobrevivir sin hacer juicios, y, por consiguiente, se le abandona” (T.4.II.10:3).
“Hoy seré honesto conmigo mismo” (1:1). El Curso nos enseña que abandonar todo juicio es ser honestos con nosotros mismos. Esta lección también se expone en el Manual:
Es necesario que el maestro de Dios se dé cuenta, no de que no debe juzgar, sino de que no puede. Al renunciar a los juicios, renuncia simplemente a lo que nunca tuvo. Renuncia a una ilu­sión; o mejor dicho, tiene la ilusión de renunciar a algo. En reali­dad, simplemente se ha vuelto más honesto. AI reconocer que nunca le fue posible juzgar, deja de intentarlo” (M.10.2:1-5).
Por eso abandonar los juicios es simplemente ser honesto acerca del hecho de que no puedo juzgar. Para juzgar con exactitud tendría que saber muchas cosas que están “más allá de mi presente entendimiento” (1:2). Tendría que conocer “la totalidad” de lo que mi limitada percepción me está diciendo. Y no puedo conocer eso. Así que cualquier juicio que yo haga tiene que ser una ilusión, no más válida que una simple adivinación.
A pesar de ello, ¡obsérvate a ti mismo haciéndolo! Nuestra mente cataloga a cada persona que vemos de manera automática. Examinamos su ropa, si está bien arreglada, su atractivo sexual, lo apropiado de su comportamiento, la manera de andar, y así sucesivamente. Nos levantamos, vemos el sol en el cielo y decimos: “¡Qué día más estupendo!”, o vemos la lluvia y decimos: “¡Qué día más horrible!”. Leemos un libro y le decimos a un amigo: “¡Es un libro maravilloso!”. Le damos el primer mordisco a un alimento y al instante lo juzgamos. La mente ego parece que no hace otra cosa que juzgar. Sólo obsérvate a ti mismo.
Eso no va a parar de la noche a la mañana, si es que alguna vez lo abandona. Sin embargo, lo que podemos hacer es darnos cuenta de estos juicios que están sucediendo constantemente y darnos cuenta de que no significan nada. Podemos decirle al ego: “Gracias por compartir”, y elegir que no queremos saber lo que algo significa o cómo reaccionar a ello, a pesar de lo que nos diga el ego. En lugar de eso, podemos volvernos a nuestro Guía interno. Podemos dejar “que la creación sea lo que es” (2:1) sin nuestra continua interferencia. Podemos llevar nuestros juicios al Espíritu Santo y pedirle que sane nuestra mente. Y, quizá lo más importante de todo,  podemos desear que ese juicio sea deshecho. A fin de cuentas, ese deseo es todo lo que se necesita:
La visión no sería necesaria si no se hubiese concebido la idea de juzgar. Desea ahora que ésta sea eliminada completamente y así se hará. (T.20.VIII.1:5-6)
Deshacer no es tu función, pero sí depende de ti el que le des la bienvenida o no. (T.21.II.8:5)
No te preocupes por cómo pueden ser deshechos tus juicios. Únicamente desea que sean deshechos, dale la bienvenida al deshacimiento. Eso es todo, y el Espíritu Santo lo hará por ti.
­¿Qué es el mundo?  (Parte 3)
“El mundo se fabricó como un acto de agresión contra Dios” (2:1). Ésta es probablemente una de las afirmaciones más fuertes de Un Curso de Milagros. Manda a paseo cualquier idea de que el mundo fue, al menos en parte, creado por Dios; Dios no pudo crear un ataque contra Sí Mismo. El mundo es el intento del ego de sustituir y expulsar a Dios, y proporcionarnos otra satisfacción diferente.
En el Capítulo 23, Sección II, el Texto habla de “Las Leyes del Caos”, las leyes del ego. Nos dice que estas leyes son las que hacen que el mundo parezca real, dice: “Estos son los principios que hacen que el suelo que pisas parezca firme” (T.23.II.13:5). Las leyes del ego son las que inventaron el mundo.
¿Y qué hay de la belleza del mundo? ¿Y el brillo de las estrellas, la belleza frágil de una flor, la majestuosidad de un águila volando? Nada más que un destello, una superficie brillante que oculta la putrefacción de la muerte que hay debajo de todo ello. “O matas o te matan” es la ley de este mundo. Debajo de la hermosa superficie brillante del océano hay un mundo de dientes afilados, engaño cruel y guerra constante, donde la vida consiste en comer unas cosas y evitar ser comido por otras.
¿Puedes acaso darle vida a un esqueleto pintando sus labios de color rosado, vistiéndolo de punta en blanco, acariciándolo y mimándolo? (T.23.II.18:8)
 Fuera del Cielo no hay vida. (T.23.II.19:1)
El mundo es el símbolo del miedo, que es la ausencia de amor. “El mundo, por lo tanto, se fabricó con la intención de que fuese un lugar en el que Dios no pudiese entrar y en el que Su Hijo pudiese estar separado de Él” (2:4). El ego fabricó el mundo como un lugar para esconderse de Dios, para escapar de Él. Sí, podemos encontrar símbolos de Dios en la naturaleza, y deberíamos; la percepción verdadera ve únicamente amor en todas las cosas. Pero eso significa que Le vemos en los tornados y terremotos así como en las flores y pájaros. Significa que Le vemos en todo porque Él está en nuestra mente. Pero en sus cimientos, este mundo es “un lugar en el que Dios no está”. Por eso lo inventó el ego. Ése es nuestro propósito al venir aquí como egos. Y nosotros, como egos, hicimos un buen trabajo, durante miles de años la gente ha estado intentando “demostrar” la existencia de Dios dentro del contexto de este mundo, y nadie lo ha conseguido excepto para unos pocos que estaban dispuestos a creerlo. Encontrar a Dios en el mundo es toda una hazaña. El mundo hace un mejor trabajo en ocultar a Dios que en demostrarle.
¿Cuál es el mensaje de todo esto para nosotros? Recuerda: “El mundo es una percepción falsa” (1:1). No es la verdad. La imagen del mundo es el símbolo del miedo y del ataque, es la representación de los pensamientos del ego. “Nació de un error” (1:2). Este mundo no es lo que queremos. No podemos aferrarnos a su “mejor” parte y olvidar el horror a nuestro alrededor. O lo tomamos por completo o lo soltamos por completo. Y así, podemos aprender a contemplar al mundo con amor, a contemplar a todo con amor. Amarlo es el único valor que tiene (T.12.VI.3:1-3). Mediante el perdón, pasamos de largo los mensajes de odio y miedo que constantemente intenta enviarnos, y vemos ahí y en los aspectos más “agradables” la llamada universal al amor.
 
Tú no deseas el mundo. Lo único de valor en él son aquellos aspectos que contemplas con amor. Eso le confiere la única reali­dad que jamás tendrá. Su valía no reside en sí mismo, pero la tuya se encuentra en ti. De la misma forma en que tu propia estima procede de extenderte a ti mismo, de igual modo la per­cepción de tu propia estima procede de extender pensamientos amorosos hacia el exterior. Haz que el mundo real sea real para ti, pues el mundo real es el regalo del Espíritu Santo, por lo tanto, te pertenece. 

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