Dios es el Amor en el que perdono.
1. Dios no perdona porque nunca ha condenado. Y primero tiene que haber condenación para que el perdón sea necesario. El per­dón es la mayor necesidad de este mundo, y esto se debe a que es un mundo de ilusiones. Aquellos que perdonan se liberan a sí mismos de las ilusiones, mientras que los que se ruegan a hacerlo se atan a ellas. De la misma manera en que sólo te condenas a ti mismo, de igual modo, sólo te perdonas a ti mismo.
2. Pero si bien Dios no perdona, Su Amor es, no obstante, la base del perdón. El miedo condena y el amor perdona. El perdón, pues, des-hace lo que el miedo ha producido, y lleva de nuevo a la mente a la conciencia de Dios. Por esta razón, al perdón puede llamársele verdaderamente salvación. Es el medio a través del cual desaparecen las ilusiones.
3. Los ejercicios de hoy requieren por lo menos tres sesiones de práctica de cinco minutos completos, y el mayor número posible de las más cortas. Como de costumbre, comienza las sesiones de práctica más largas repitiendo la idea de hoy para tus adentros. Cierra los ojos mientras lo haces, y dedica un minuto o dos a explorar tu mente en busca de aquellas personas a quienes no has perdonado. No importa en qué medida no las hayas perdonado. O las has perdonado completamente o no las has perdonado en absoluto.
4. Si estás haciendo los ejercicios correctamente no deberías tener ninguna dificultad en encontrar un buen número de personas a quienes no has perdonado. En general, se puede asumir correc­tamente que cualquier persona que no te caiga bien es un sujeto adecuado. Menciona cada una de ellas por su nombre, y di:
[Nombre], Dios es el Amor en el que te perdono.
5. El propósito de la primera fase de las sesiones de práctica de hoy es colocarte en una posición desde la que puedes perdonarte a ti mismo. Después que hayas aplicado la idea a todas las per­sonas que te hayan venido a la mente, di para tus adentros:
Dios es el Amor en el que me perdono a mí mismo.
Dedica luego el resto de la sesión a añadir ideas afines tales como:
Dios es el Amor con el que me amo a mí mismo. 
Dios es el Amor en el que me alzo bendecido.
6. El modelo a seguir en cada aplicación puede variar conside­rablemente, pero no se debe perder de vista la idea central. Podrías decir, por ejemplo:
 
No puedo ser culpable porque soy un Hijo de Dios.  
Ya he sido perdonado. 
El miedo no tiene cabida en una mente que Dios ama. 
No tengo necesidad de atacar porque el amor me ha perdonado.
La sesión de práctica debe terminar, no obstante, con una repeti­ción de la idea de hoy en su forma original.
7. Las sesiones de práctica más cortas pueden consistir ya sea en una repetición de la idea de hoy en su forma original, o en una afín, según prefieras. Asegúrate, no obstante, de aplicar la idea de manera más concreta si surge la necesidad. Esto será necesa­rio en cualquier momento del día en el que te percates de cual­quier reacción negativa hacia alguien, tanto si esa persona está presente como si no. En tal caso, dile silenciosamente:
Dios es el Amor en el que te perdono.
Audio texto Lección 46, Maya Lacuara
Ayuda para la Lección 46, Dr. Kenneth Wapnick
“Viaje a través del Libro de Ejercicios Un Curso de Milagros”
Material de apoyo por Jorge Pellicer Lección 45
Ayuda para las lección 46: de  Robert Perry  y Allen Watson
“Dios es el Amor en el que perdono.”
Instrucciones para la práctica
Propósito: 
Experimentar tus pensamientos reales, los que piensas con la Mente de Dios.
Ejercicios más largos: 
- Al menos 3 veces, de cinco minutos completos.
- Repite la idea mientras cierras los ojos. Busca en tu mente aquellas personas que no has perdonado completamente. Esto no debería resultarte difícil, la falta de amor total es una señal de que no has perdonado. A cada uno dile: “Dios es el Amor en el que te perdono, (nombre)”. Esto te “colocará en una posición desde la que puedes perdonarte a ti mismo (5:1).
- Después de un minuto o dos de hacer esto, dite a ti mismo: “Dios es el Amor en el que me perdono a mí mismo”. Luego pasa el resto del tiempo dejando que tu mente plantee pensamientos relacionados con esta idea. No necesita ser una repetición, pero tampoco te alejes demasiado de ella. Sigue las instrucciones recibidas sobre dejar que surjan pensamientos relacionados.
Termina repitiendo la idea original.
Recordatorios frecuentes: Tantos como puedas.
   Repite la idea, en la forma original o en forma de un pensamiento relacionado con ella.
Respuesta a la tentación: Cuando tengas una reacción negativa hacia alguien, tanto si esa persona está presente como si no (7:3).
   Dile a esa persona silenciosamente: “Dios es el Amor en el que te perdono”.
Comentario
La totalidad de la enseñanza del Curso sobre el principio de la Expiación está contenida en la primera frase: “Dios no perdona porque nunca ha condenado”. Una y otra vez el Curso insiste en que Dios no es un Dios de venganza, que Dios no está enfadado con nosotros, que Él no sabe nada de castigos.  Dios no condena, nunca lo ha hecho. Su corazón permanece eternamente abierto a nosotros. A mí concretamente.
En este mundo de ilusiones, donde la condena de unos a otros se ha convertido en un modo de vida (¿o de muerte?), el perdón es necesario; no el perdón de Dios sino el nuestro propio. El perdón es el modo en que nos liberamos de las ilusiones. Toda condena es condena de uno mismo, la culpa que vemos en otros es nuestra propia condena a nosotros mismos reflejada fuera y que nos vuelve; y al liberar a los otros de la condena, nos liberamos nosotros. “De la misma manera en que sólo te condenas a ti mismo, de igual modo, sólo te perdonas a ti mismo (1:5).
Como lecciones posteriores aclararán, nuestro propósito en este mundo es traerle el perdón, liberarlo de la carga de culpa que le hemos echado encima. Esto es lo que devuelve nuestra mente a la consciencia de Dios. Encontramos a Dios al liberar a aquellos a nuestro alrededor, librándolos de nuestros juicios, y reconociéndolos como la creación perfecta de Dios  junto con nosotros. “Dios… y la forma de llegar a Él es apreciando a Su Hijo” (T.11.IV.7:2).
Liberar a todos los que conozco de las cadenas de mis juicios es lo que me permite perdonarme a mí mismo (5:1). Me envuelve una cálida sensación por dentro cuando digo: “Dios es el Amor en el que me perdono a mí mismo” (5:3). Puede que incluso no sea consciente de ninguna culpa, pero cuando me bendigo a mí mismo con el perdón, algo se derrite, y sé que el perdón era necesario. Hay una crítica a uno mismo, de la que no soy consciente, pero que siempre está ahí; y cuando me adentro en ella imaginando el Amor de Dios derramándose sobre mí como oro líquido, conociendo y aceptando (quizá justo en ese preciso momento) Su total aceptación de mí, rara es la vez que no se me escapan lágrimas de gratitud.    
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Extracción del libro de textos
No abandones a tu hermano ahora, pues vosotros que sois lo mismo no decidiréis por separado ni de manera diferente. Os dais el uno al otro o bien vida o bien muerte; sois cada uno el salvador del otro o su juez, y os ofrecéis refugio o condenación.

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