Mías son la paz y la dicha de Dios.
1. La paz y la dicha de Dios te pertenecen. Hoy las aceptaremos, sabiendo que son nuestras. Y trataremos de entender que estos regalos se multiplican a medida que los recibimos. No son como los regalos que el mundo da, en los que el que hace el regalo pierde al darlo, y el que lo recibe se enriquece a costa de la pér­dida del que se lo dio. Eso no son regalos, sino regateos que se hacen con la culpabilidad. Los regalos que verdaderamente se dan no entrañan pérdida alguna. Es imposible que alguien pueda ganar a costa de la pérdida de otro. Ello implicaría un límite y una condición de insuficiencia.
2. Ésa no es la manera de hacer regalos. Tales "regalos" no son sino tratos que se hacen con vistas a obtener algo más valioso; préstamos con intereses que se tienen que pagar en su totalidad; créditos a corto plazo, en los que el que recibió el regalo se com­promete a pagar con creces lo recibido. Esta extraña distorsión de lo que significa dar impera en todos los niveles del mundo que ves. Priva de todo sentido a cualquier regalo que das, y hace que los que aceptas no te aporten nada.
3. Uno de los principales objetivos de aprendizaje de este curso es invertir tu concepto de lo que es dar, de modo que puedas recibir. Pues dar se ha convertido en una fuente de temor, y, así, evitas emplear el único medio a través del cual puedes recibir. Acepta la paz y la dicha de Dios, y aprenderás a ver lo que es un regalo de otra manera. Los regalos de Dios no disminuyen cuando se dan. Por el contrario, se multiplican.
4. De la misma manera en que la paz y la dicha del Cielo se inten­sifican cuando las aceptas como los regalos que Dios te da, así también la dicha de tu Creador aumenta cuando aceptas como tuyas Su dicha y Su paz. Dar verdaderamente equivale a crear. Extiende lo que no tiene límites a lo ilimitado, la eternidad hasta la intemporalidad y el amor hasta sí mismo. Añade a todo lo que ya está completo, mas no en el sentido de añadir más, pues eso implicaría que antes era menos. Añade en el sentido de que per­mite que lo que no puede contenerse a sí mismo cumpla su come­tido de dar todo lo que tiene, asegurándose así de que lo poseerá para siempre.
5. Acepta hoy la paz y la dicha de Dios como tuyas. Permite que Él se complete a Sí Mismo, tal como Él define lo que es estar com­pleto. Comprenderás que lo que le brinda compleción a Él se la brinda también a Su Hijo. Él no puede dar a través de pérdidas. Ni tú tampoco. Acepta hoy Su regalo de dicha y de paz, y Él te dará las gracias por el regalo que le haces.
6. Nuestras sesiones de práctica de hoy comenzarán de manera ligeramente distinta. Da comienzo al día pensando en aquellos hermanos a quienes les has negado la paz y la dicha a las que tienen derecho de acuerdo con las equitativas leyes de Dios. Al negárselas a ellos fue cuando te las negaste a ti mismo. Y a ese punto es adonde tienes que volver para reivindicarlas como pro­pias.
7. Piensa en tus 'enemigos' por un rato y dile a cada uno de ellos según cruce tu mente:
Hermano, te ofrezco paz y dicha para que la paz y la dicha de Dios sean mías.

De esta manera te preparas para reconocer los regalos que Dios te ha dado, y permites que tu mente se libre de todo lo que te podría impedir triunfar hoy. Ahora estás listo para aceptar el regalo de paz y de dicha que Dios te ha dado. Ahora estás listo para experimentar la dicha y la paz que te has negado a ti mismo. Ahora puedes decir: "Mías son la paz y la dicha de Dios", pues has dado lo que quieres recibir.
8. Si preparas tu mente tal como te hemos indicado, no podrás sino tener éxito hoy. Pues habrás permitido que se levanten todas las barreras que te separan de la paz y de la dicha, y que por fin te llegue lo que es tuyo. Di, pues, para tus adentros: "Mías son la paz y la dicha de Dios" ; cierra los ojos por un rato y deja que Su Voz te asegure que las palabras que pronuncias son verdad.
9. Pasa hoy cinco minutos con Él de esta manera cada vez que puedas, pero no creas que menos tiempo de eso no tiene valor cuando no le puedas dedicar más. Cuando menos, acuérdate de repetir cada hora las palabras que lo exhortan a que te dé lo que es Su Voluntad dar y lo que es Su Voluntad que tú recibas. Pro­ponte hoy no interferir en Sus designios. Y si algún hermano pareciese tentarte a que le niegues el regalo que Dios le ha hecho, considera eso como una oportunidad más para permitirte a ti mismo aceptar los regalos de Dios como tuyos. Bendice entonces a tu hermano lleno de agradecimiento y di:
Hermano, te ofrezco paz y dicha para que la paz y la dicha de Dios sean mías.
Audio texto Lección 105 Maya Lacuara
Ayuda para la Lección 105, Dr. Kenneth Wapnick
“Viaje a través del Libro de Ejercicios Un Curso de Milagros”
Meditación Leccion 105
Material de apoyo por Jorge Pellicer Lección 105
Ayuda para las lección 105 de  Robert Perry  y Allen Watson
Mías son la paz y la dicha de Dios.
Instrucciones para la práctica
Propósito:
Aceptar los regalos de Dios de paz y dicha, y comprender que al hacerlo estás en verdad aumentando Su paz y dicha, en lugar de quitárselas. De este modo, “aprenderás a ver lo que es un regalo de otra manera” (3:3).
Ejercicios más largos: Cada hora, a la hora en punto, durante cinco minutos (si no puedes hacer esto, al menos haz el alternativo).
Piensa en aquellos a los que les has negado la paz y la dicha, pues así te las negaste a ti mismo. Dile a cada uno: “Hermano, te ofrezco paz y dicha para que la paz y la dicha de Dios sean mías”. Al dar los regalos de Dios allí donde te negaste a darlos, ahora te sentirás con derecho a reclamarlos como tuyos. Hacer bien este paso preparatorio te garantizará el éxito en el siguiente paso.
Luego cierra los ojos y di: “Mías son la paz y la dicha de Dios”, e intenta encontrar estos regalos en lo más profundo de tu mente. Permítete sentir la dicha y la paz que te pertenecen. Deja que la Voz de Dios te asegure que la paz y la dicha de Dios son realmente tuyas. Esto parece ser otra meditación dirigida a entrar en contacto con la felicidad que Dios puso en ti.
Alternativo: A la hora en punto.
   Si no puedes hacer los cinco minutos, no pienses que hacer la versión corta no tiene ningún valor. Al menos repite: “Mías son la paz y la dicha de Dios”, dándote cuenta de que al hacerlo Le invitas a que te dé la felicidad que Él quiere para ti.
Respuesta a la tentación: Cada vez que te sientas tentado a negarle a alguien el regalo de Dios.
   Agradécele a esa persona que te proporcione otra oportunidad de recibir la paz y la dicha de Dios al darlas tú. Envíale tu gratitud con esta bendición: “Hermano, te ofrezco paz y dicha para que la paz y la dicha de Dios sean mías”.  
Comentario
La lección de hoy añade importancia a la paz y la dicha de la lección de ayer. Repite mucho de lo que había en la lección de ayer, pero añade el pensamiento de que recibimos estos regalos al darlos.
“Uno de los principales objetivos de aprendizaje de este curso es invertir tu idea de lo que es dar, de modo que puedas recibir” (3:1). Esta idea, de que recibimos al dar, aparece a lo largo del Curso, y se le da muchísima importancia, pero éste es el único lugar que conozco en el que aprender esta lección se identifica concretamente como “una meta de aprendizaje muy importante” del Curso.
Ayer señalamos que la paz y la dicha son regalos que aumentan al ser compartidos. Compartir mi paz contigo la aumenta en lugar de disminuirla. Esta lección hace la sorprendente afirmación de que cuando recibo la paz y la dicha de Dios, la dicha de Dios aumenta (4:1). Al aceptar la paz y la dicha como mías, estoy permitiendo que Dios “se complete a Sí Mismo, tal como Él define lo que es estar completo” (5:2). Por medio de mi experiencia de esto, aprendo lo que es mi propia sensación de estar completo (5:3). Incluso el salmista del Antiguo Testamento sabía algo de esto cuando escribió:
¿Cómo podré pagar al SEÑOR todo el bien que me ha hecho? Aceptaré la copa de salvación e invocaré el Nombre del Señor” (S.116:12-13).
¿Qué regalo puedo darle a Dios para darle gracias por Su bendición? Puedo darle el regalo de recibir Su salvación y de invocar Su Amor. Acepto los regalos de dicha y paz, y Él me dará las gracias por el regalo que Le hago (5:6).
Todos hemos tenido una pequeña muestra de esto, por lo menos. Conocemos la dicha de dar. Sabemos que cuando damos amor y, nuestro amor es recibido, se fortalece nuestro amor, no se debilita. El amor compartido es una gran dicha. El amor recibido es mucho más rico que el amor reconocido. Incluso recibir la alegría de un niño con su juguete nuevo o su nueva mascota, se añade a la dicha del niño. Éstos son pequeños reflejos de cómo funciona el dar de Dios, y nosotros estamos destinados a ser parte del dar. Esta clase de dar, el dar cosas que aumentan cuando se dan, es la forma en que creamos (“Dar verdaderamente equivale a crear”) y la forma en que nos completamos a nosotros mismos.
Hoy los ejercicios nos preparan para recibir paz y dicha. La preparación consiste en dar paz y dicha de manera consciente a aquellos a los que se las hemos negado en el pasado: nuestros “enemigos”. Las personas que, a nuestros ojos, no se habían merecido tener paz y dicha. No nos dábamos cuenta de que al negarles el regalo, en la misma medida nos lo estábamos negando a nosotros mismos. Si lo que damos aumenta en nosotros; si se lo negamos a alguien, también nos lo negamos a nosotros mismos.
Para decir de corazón, y experimentar: “Mías son la paz y la dicha de Dios”, tenemos que abrir nuestro corazón para compartir la paz y la dicha con el mundo. Empiezo con esa persona a la que le he cerrado mi corazón. “Hermano, te ofrezco paz y dicha” (7.2; 9:6). Si abro mi corazón, que la paz, la dicha y el amor se extienden a aquellos que me rodean, lo que estoy haciendo es permitir que “lo que no puede contenerse a sí mismo cumpla su cometido de dar lo que tiene, asegurándose así de que lo poseerá para siempre” (4:5). ¿Qué es lo que no puede contenerse a sí mismo? Mi Ser, mi propio Ser.
Este Dador sin límite soy yo.
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Extracción del libro de textos
Lo más curioso de todo es el concepto del yo que el ego fomenta en las relaciones especiales.  Este “yo” busca relaciones para completarse a sí mismo.  Pero cuando encuentra la relación especial en la que piensa que puede lograrlo, se entrega a sí mismo y trata de “intercambiarse” por el yo del otro.  Eso no es unión, pues con ello no hay aumento ni extensión.  Cada uno de ellos trata de sacrificar el yo que no desea a cambio de uno que cree que prefiere. Y se siente culpable por el “pecado” de apropiarse de algo y de no dar nada valioso a cambio. ¿Qué valor le puede adjudicar a un yo del que quiere deshacerse para obtener uno “mejor”?

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