En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios.
1. Deja que hoy sea un día de quietud y de sosegada escucha. La Voluntad de tu Padre es que hoy oigas Su Palabra. Por eso te llama desde lo más recóndito de tu mente donde Él mora. Óyele hoy. No podrá haber paz hasta que Su Palabra sea oída por todos los rincones del mundo, y tu mente, escuchando en quietud, acepte el mensaje que el mundo tiene que oír para que pueda dar comienzo la serena hora de la paz.
2. Este mundo cambiará gracias a ti. Ningún otro medio puede salvarlo, pues el plan de Dios es simplemente éste: el Hijo de Dios es libre de salvarse a sí mismo, y se le ha dado la Palabra de Dios para que sea su Guía, y Ésta se encuentra para siempre a su lado y en su mente, a fin de conducirlo con certeza a casa de Su Padre por su propia voluntad, la cual es eternamente tan libre como la de Dios. No se le conduce a la fuerza, sino con amor. No es juzgado, sino santificado.
3. Hoy oiremos la Voz de Dios en la quietud, sin la intromisión de nuestros insignificantes pensamientos ni la de nuestros deseos personales, y sin juzgar en modo alguno Su santa Palabra. Tampoco nos juzgaremos a nosotros mismos hoy, pues lo que somos no puede ser juzgado. Nos hallamos mucho más allá de todos los juicios que el mundo ha formado contra el Hijo de Dios. El mundo no lo conoce. Hoy no prestaremos oídos al mundo, sino que aguardaremos silenciosamente la Palabra de Dios.
4. Santo Hijo de Dios, oye a tu Padre. Su Voz quiere darte Su santa Palabra para que disemines por todo el mundo las buenas nuevas de la salvación y de la santa hora de la paz. Nos congregamos hoy en el trono de Dios, en el sereno lugar de tu mente donde Él mora para siempre en la santidad que creó y que nunca ha de abandonar.
5. Él no ha esperado a que tú le devuelvas tu mente para darte Su Palabra. Él no se ocultó de ti cuando tú te alejaste por un breve período. Para Él, las ilusiones que abrigas de ti mismo no tienen ningún valor. Él conoce a Su Hijo, y dispone que siga siendo parte de Él a pesar de sus sueños y a pesar de la locura que le hace pensar que su voluntad no es su voluntad.
6. Él te habla hoy. Su Voz espera tu silencio, pues Su Palabra no puede ser oída hasta que tu mente no se haya aquietado por un rato y tus vanos deseos hayan sido acallados. Aguarda Su Palabra en silencio. Hay una paz en ti a la que puedes recurrir hoy a fin de que te ayude a preparar a tu santísima mente para oír la Voz que habla por su Creador.
7. En tres ocasiones hoy, y en aquellos momentos que sean más conducentes a estar en silencio, deja de escuchar al mundo durante diez minutos y elige en su lugar escuchar plácidamente la Palabra de Dios. Él te habla desde un lugar que se encuentra más cerca de ti que tu propio corazón. Su Voz está más cerca de ti que tu propia mano. Su Amor es todo lo que eres y todo lo que Él es; Su Amor es lo mismo que tú eres y tú eres lo mismo qué El es.
8. Es tu voz la que escuchas cuando Él te habla. Es tu Palabra la que Él pronuncia. Es la Palabra de la libertad y de la paz, de la unión de voluntades y propósitos; sin separación o división en la única Mente del Padre y del Hijo. Escucha hoy a tu Ser en silencio, y deja que te diga que Dios nunca ha abandonado a Su Hijo y que tú nunca has abandonado a tu Ser.
9. Sólo necesitas estar muy quieto. No necesitas ninguna otra regla que ésta para dejar que la práctica de hoy te eleve muy por encima del pensamiento del mundo y libere tu visión de lo que ven los ojos del cuerpo. Sólo necesitas estar quieto y escuchar. Oirás la Palabra en la que la Voluntad de Dios el Hijo se une a la Voluntad de su Padre en total armonía con ella y sin ninguna ilusión que se interponga entre lo que es absolutamente indivisible y verdadero. A medida que transcurra cada hora hoy, detente por un momento y recuérdate a ti mismo que tienes un propósito especial en este día: recibir en la quietud la Palabra de Dios.
Audio texto Lección 125 Maya Lacuara
Meditación Lección 125, Maya Lacuara
Material de apoyo por Jorge Pellicer Lección 125
Ayuda para las lección 125 de Robert Perry y Allen Watson
En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios.
Instrucciones para la práctica
Propósito: Oír a Dios hablarte, recibir Su Palabra.
Más largo: 3 veces (en los momentos más adecuados para el silencio), durante diez minutos.
Ayer se nos dijo que no necesitábamos instrucciones especiales para nuestra práctica más larga. Siguiendo con esto, hoy se nos dice que todo lo que necesitamos es acallar y aquietar nuestra mente. “No necesitas ninguna otra regla” (9:2). Sin embargo, la lección nos dice algo más que esto. Podemos organizar sus instrucciones en tres pasos.
Aquieta tu mente. Acalla tus pensamientos caóticos, tus deseos sin significado, y todos tus juicios.
Entra en ese “sereno lugar de tu mente donde Él mora para siempre” (4:3), el trono de Dios en tu mente, el centro de quietud.
Espera y escucha. Cuando llegas a ese lugar de quietud en tu mente, tu tarea se ha acabado. Simplemente espera y escucha, con confianza de que tu Padre vendrá a ti y te dirá Su Palabra. Por supuesto, oír Su Voz puede presentarse de maneras diferentes: desde oír palabras a recibir ideas o imágenes o sentimientos.
Durante este tiempo, con frecuencia necesitarás apartar tu mente de todos esos pensamientos y deseos insignificantes que intentan molestar. Para este propósito, sugiero usar la idea del día, o elegir una frase como “sólo necesitas estar quieto y escuchar” (9:3). Como siempre, empieza la práctica repitiendo la idea del día.
Ayer se nos dijo que no necesitábamos instrucciones especiales para nuestra práctica más larga. Siguiendo con esto, hoy se nos dice que todo lo que necesitamos es acallar y aquietar nuestra mente. “No necesitas ninguna otra regla” (9:2). Sin embargo, la lección nos dice algo más que esto. Podemos organizar sus instrucciones en tres pasos.
Aquieta tu mente. Acalla tus pensamientos caóticos, tus deseos sin significado, y todos tus juicios.
Entra en ese “sereno lugar de tu mente donde Él mora para siempre” (4:3), el trono de Dios en tu mente, el centro de quietud.
Espera y escucha. Cuando llegas a ese lugar de quietud en tu mente, tu tarea se ha acabado. Simplemente espera y escucha, con confianza de que tu Padre vendrá a ti y te dirá Su Palabra. Por supuesto, oír Su Voz puede presentarse de maneras diferentes: desde oír palabras a recibir ideas o imágenes o sentimientos.
Durante este tiempo, con frecuencia necesitarás apartar tu mente de todos esos pensamientos y deseos insignificantes que intentan molestar. Para este propósito, sugiero usar la idea del día, o elegir una frase como “sólo necesitas estar quieto y escuchar” (9:3). Como siempre, empieza la práctica repitiendo la idea del día.
Recordatorios frecuentes: Cada hora, durante un momento.
Repite la idea. Date cuenta de que al hacerlo te estás recordando a ti mismo el propósito especial de hoy: recibir la Palabra de Dios. Luego pasa un rato escuchando en la quietud.
Repite la idea. Date cuenta de que al hacerlo te estás recordando a ti mismo el propósito especial de hoy: recibir la Palabra de Dios. Luego pasa un rato escuchando en la quietud.
Comentario
Todo lo que hoy se nos pide es estar en silencio y quietos durante diez minutos, 3 veces durante el día y cada hora. Únicamente estar en silencio. “Sólo necesitas estar muy quieto. No necesitas ninguna otra regla que ésta” (9:1-2). “Sólo necesitas estar quieto y escuchar” (9:3). “Su Voz espera tu silencio, pues Su Palabra no puede ser oída hasta que tu mente se haya aquietado por un rato y tus vanos deseos hayan sido acallados” (6:2).
¿No es sorprendente cuánta práctica se necesita para aprender a aquietarnos? No puedo decirte cuántas veces me he sentado a meditar y aquietarme y, a veces sólo unos pocos minutos más tarde, me he encontrado a mí mismo tan distraído con algunos pensamientos que me venían que abro los ojos y me levanto para “hacer algo” antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo. Me dejo caer de nuevo en la silla, diciéndome entre dientes “¡Cielos!” por la distracción de mi mente. Respiro profundamente, pienso para mí: “Quieto, Allen. Quieto. Paz, aquiétate”.
Las dificultades que tengo para aquietarme, en lugar de levantarse como un obstáculo insuperable, se han convertido en indicadores de cuánto necesito esta práctica. Claramente el Curso nos está enseñando que una mente en silencio es esencial. “El recuerdo de Dios aflora en la mente que está serena” (T.23.I.1:1). No podemos oír Su Voz hasta que nos aquietemos durante un rato.
El Curso describe la voz del ego con frases llenas de color: “insensatos alaridos”, “chillidos estridentes e imaginaciones enfermizas”, “alaridos discordantes y chillones”, “insensato ruido de sonidos que no tienen sentido”, “frenéticos y tumultuosos pensamientos, sonidos e imágenes de este mundo demente”, “estridentes gritos e insensatos arranques de furia”, “una voz estridente y ensordecedora”, “frenética avalancha de pensamientos sin sentido”.
Nuestro ego es una máquina constante de hacer ruido que intenta tapar la Voz de Dios; necesitamos aprender a acallar nuestra mente, dejar de prestarle atención a los gritos del ego. El ego es ruido, el espíritu es silencio. Entonces, tiene mucho mérito estar en silencio, aunque parezca que no sucede nada más. Que hoy recuerde dedicar este tiempo para aquietarme, para estar en silencio, y para escuchar.
Nuestro ego es una máquina constante de hacer ruido que intenta tapar la Voz de Dios; necesitamos aprender a acallar nuestra mente, dejar de prestarle atención a los gritos del ego. El ego es ruido, el espíritu es silencio. Entonces, tiene mucho mérito estar en silencio, aunque parezca que no sucede nada más. Que hoy recuerde dedicar este tiempo para aquietarme, para estar en silencio, y para escuchar.

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Extracción del libro de textos
Cada día, cada hora y cada minuto e incluso cada segundo, estás decidiendo entre la crucifixión y la resurrección; entre el ego y el Espíritu Santo. El ego es la elección en favor de la culpabilidad; el Espíritu Santo, la elección en favor de la inocencia. De lo único que dispones es del poder de decidir. Aquello entre lo que puedes elegir ya se ha fijado porque aparte de la verdad y de la ilusión no hay más alternativas. Ni la verdad ni la ilusión traspasan los límites la una de la otra, ya que son alternativas irreconciliables entre sí y ambas no pueden ser verdad. Eres culpable o inocente, prisionero o libre, infeliz o feliz.
